Como una inmensa naranja el sol se descuelga para hundirse en la infinita soledad del océano. Tras la faena hombres montados en sus caballitos vuelven venciendo las olas, esquivando a jóvenes que se deslizan en «tablas hawaianas».
Incrustadas en la arena reposan enhiestas embarcaciones de totora. Por centurias este fue el símbolo, la demostración, la evidencia palpable del respeto de la población de la costa peruana por los sutiles hilos que tejen el equilibrio ecológico.
Bordeando la playa, a lo lejos una línea verde casi imperceptible. De allí se sigue extrayendo el material utilizado durante milenios para la elaboración de las rústicas naves. Son los totorales, los humedales, los balsares. En la antigua lengua de la zona se les llama «wachakes», palabra que puede traducirse como «ojo de agua» y que dicen da su nombre a este mágico lugar: Huanchaco, uno de los últimos reductos del Caballito de Totora, cuyo uso está hoy en franco retroceso. Su desaparición significaría, sin duda, el ocaso de toda una cultura y junto a ella el retroceso de un ecosistema de vital importancia para la supervivencia de diversas especies de flora y fauna costeras, particularmente de aves acuáticas y migratorias…
En 1654 el cacique de Huamán -Trujillo- manifestó la necesidad de contar con lagunas pantanosas para sembrar más «juncos». Según lo relata la doctora María Rostworowski, en su libro «Recursos Naturales Renovables y Pesca, siglos XVI y XVII»: «El cultivo consistía en diseminar las semillas sobre el agua como si se tratara de una «sementera». También los pescadores de Quilcay, cerca de Pachacamac, sembraban en sus albuferas la imprescindible totora». La información que nos brinda tan destacada historiadora nos ayuda a comprender la importancia de los «humedales» como recurso para el desarrollo de los pueblos de la costa. Hoy, 342 años después que el cacique de Huamán hiciera pública su preocupación por la conservación y aprovechamiento de estos ecosistemas, la Asociación Nacional de Rescate Ecológico y Cultural, ANREC, apunta a despertar la conciencia por los últimos «balsares» de la zona de Huanchaco, Trujillo.
Se trata de parajes con un inmenso potencial para el desarrollo del eco-turismo y la conservación de variedad de especies de flora y fauna del litoral Pacífico, especialmente aves acuáticas y migratorias, así como diversos peces. En el caso de nuestra costa norte, los «totorales» están íntimamente ligados a la supervivencia de una ancestral cultura, la Chimú, cuyo espíritu quiebra la cresta de las olas en solitarios Caballitos de Totora.
OASIS DE VIDA
A todo lo largo de la árida costa existen verdaderos oasis de vida. Se trata de formaciones de lagunas, pantanos, albuferas, etc. Zonas húmedas en terrenos salinos cercanos al mar que los botánicos catalogan con el nombre de «gramadales», pues allí proliferan entre otras especies de flora y fauna la «grama salada».
Pantanos de Villa, Lagunas de Mejía, Balsares de Huanchaco, Albufera de Medio Mundo, son algunos de los nombres de estos importantes parajes.
Según lo consigna la doctora Rostworowski en la obra mencionada líneas arriba, originalmente estos espacios «se desarrollaban en toda la costa yuxtaponiéndose al desierto y acompañando a los ríos en sus desembocaduras al océano. Han venido desapareciendo debido a los procesos urbanos, al excesivo bombeo del agua del subsuelo, a los desecamientos con fines agrícolas y de urbanización y al proceso de contaminación. Hoy sólo quedan unas cuantas lagunas y unas reducidas albuferas relicto de su antigua existencia».
Datos de la ANREC indican que hace apenas dos décadas, es decir en los años setenta, existían en Huanchaco treinta hectáreas de floridos balsares que se extendían a lo largo de la playa. ¿La evidencia? Una imborrable imagen captada entonces por el servicio aerofotográfico de la Fuerza Aérea Peruana. Hoy los «balsares» se han visto reducidos a su mínima expresión…
HUMEDALES PARA CONSERVAR
Los «balsares» de Huanchaco, como Villa, Medio Mundo, Mejía, etc., son considerados «humedales». Recordemos que según el texto de la Convención de Ramsar se define como humedal: a las extensiones de marismas, pantanos, turberas o aguas de régimen natural o artificial, permanentes o temporales, estancadas o corrientes, dulces, salobres o saladas incluyendo las extensiones de agua marina cuya profundidad de marea baja no exceda los seis metros.
La Convención de Ramsar, o «Convención relativa a los Humedales de Importancia Internacional especialmente como Hábitat de Aves Acuáticas», apunta a lograr la efectiva conservación de este tipo de espacios, vitales centros de descanso en la ruta migratoria de infinidad de aves, una suerte de «corredores ecológicos» que permiten a las aves seguir uniendo los polos y continentes con sus vuelos. En el caso de los totorales de Huanchaco, la palabra «humedal» cobra importancia cultural innegable…
Estudiosos de la ANREC explican: «Desde la época de Chan Chan hasta hoy en día, cada familia de pescadores recibe en herencia un lote marino, y naturalmente frente a cada lote una poza de totora, con lo que queda asegurada su supervivencia.
Hasta 1980 permanecieron atendiendo las necesidades de los pescadores locales, hasta que la mano inculta de hombres ajenos a su comunidad los decapitó salvajemente». Es por esas fechas que malas autoridades y una dirigencia campesina, donde los Huanchaqueros están en minoría, llevó a desencadenar un cuadro de tráfico de tierras cuyos lamentables estragos se han sentido principalmente en los últimos años…
SEPULTANDO VIDA Y CULTURA
Los «humedales» de Huanchaco son tan sólo uno de los múltiples parajes de importancia para la conservación de la vida silvestre, diezmados por la miopía de las autoridades, el afán de lucro a corto plazo y el crecimiento urbano desordenado.
En los últimos años Huanchaco ha sido testigo de la quema y sepultura de sus totorales. A fuego y desmonte se trató de borrar vida y cultura para urbanizar toda el área. En el documento «Proyectos a Desarrollar para ser presentados en el Primer Congreso Internacional de Ecología y Turismo de Huanchaco», la ANREC indica sobre el caso: «En una sola noche el legado cultural de los últimos descendientes de la raza Chimú se había evaporado, la ciénaga de donde extraen la materia prima para la construcción de sus caballitos había sido transformada en un desierto donde señoreaba un triste cartelito en el que podía leerse: «Nueva Urbanización Turística La Poza». Se lotiza. ¿Razón? Municipio de Huanchaco».
Felizmente la presión de los propios pobladores de la zona y de la opinión pública obligó al municipio a retroceder. Algo se ha avanzado. A iniciativa del señor Bernardo Alva, por ejemplo, se ha logrado el reconocimiento y protección de un sector de los totorales como reserva extractiva. Lamentablemente un recorrido por las pozas permite comprobar que aún se está lejos de una real y efectiva conservación.
REPOBLAR DE VERDE
La Asociación Nacional de Rescate Ecológico y Cultural, ANREC, prepara el Primer Congreso Internacional de Ecología y Turismo de Huanchaco. En este marco se apunta a presentar una serie de proyectos que, entre otras cosas, incluyen repoblar de totora toda el área, aprovechar para el turismo estos espacios, establecer una playa eco-turística como alternativa socioeconómica en favor del gremio de pescadores artesanales de Huanchaco, lanzar el deporte del «caballito de totora» a nivel nacional, crear un jardín botánico y lograr la intangibilidad del Cerro Campana, paraje peruano donde se origina el fenómeno estacional de lomas. La trascendencia e impacto que tendrá este evento ha llevado al Ministerio de Industria, Comercio, Turismo e Integración a considerarlo apto para ser declarado de interés nacional turístico.
Se empieza así a andar con paso firme en la recuperación de espacios vitales para la educación y salud ambiental de las mujeres y hombres de la costa, la conservación de la naturaleza y el mejoramiento económico de la población…
MARTHA MEIER M.Q.
«Perdida en la noche oceánica como un mango rojo la luna llena anda vagando por el totoral solitarios cercos de rudos troncos entre las dunas chacras hundidas ojos de agua croar de ranas una araña descomunal con su calavera pintada sobre el negro terciopelo ocupada en su telar mecida por la zampoña del viento entre los juncos una luna escarlata reflejada en el pantano un paraje ultraterreno por donde se camina a un palmo del suelo escuchando el rumor del oleaje y los chillidos de los murciélagos revoloteando sobre el wachake iluminados por una luz sobrenatural»
ELVIRA ROCA REY
«El último del fin» «La extinción no significa simplemente que se haya perdido un volumen de la biblioteca de la naturaleza. Significa que se ha perdido un libro de hojas sueltas cuyas páginas, si la especie hubiera sobrevivido, estarían disponibles a perpetuidad para su transferencia selectiva y para la mejora de otras especies»